La seducción de Gaudí

En escasos siete minutos llegamos a la estación de tren. Compramos un billete de 10 viajes que nos costó 11,75 euros. En un viaje permite utilizar en cualquier transporte público durante la primera hora y media.

Puntualmente llegó el tren que en escasos 25 minutos nos dejó en la estación de Plaza de Cataluña. Justos de tiempo, tomamos la L3 verde del metro dirección Trinitat Nova hasta la estación de Diagonal con salida al paseo de Gracia. Habíamos comprado en Madrid en Caixa Cataluña (1,75 € de gestión) las entradas para la visita de la casa Milà o la Pedrera (15 €) , aunque también se pueden adquirir por Internet. Estas entradas son con hora fija y la nuestra era a las 11, pero nos evitamos colas entrando directamente.


Del genial arquitecto Antonio Gaudí, esta casa es una de sus grandes obras, construida entre 1906 y 1910. El encargo fue del matrimonio Pere Milà I Roser Segimon. La casi imposible fachada ondulada destaca ya en belleza y originalidad para unos ojos, que como los nuestros, no habían disfrutado “in situ” de la genialidad de este arquitecto.

En algún sitio leo que “la fachada de esta casa es el mar en movimiento, donde las oleadas juegan con las algas de hierro forjado que sirven de reja a los balcones” y que “los grandes bloques de piedra son una clase e piel que recubre el esqueleto de un edificio liberado de paredes de carga”.  En otro que “el hierro forjado de los balcones simula originales plantas trepadoras y los azulejos blancos de la parte superior parecen evocar a una montaña nevada”.

Bueno, al margen de unas u otras interpretaciones, el edificio es espectacular y lo que más llama nuestra atención es el derroche de formas curvas, casi imposibles, tanto en el exterior como en el interior.

 Pero realmente lo más impresionante es su original azotea rematada con cruces de cuatro brazos y las chimeneas, en forma de cabezas de guerreros protegidos con yelmos. Por allí deambulamos extasiados por estas extrañas formas que daban un aspecto de irrealidad al conjunto. No habíamos visto nada similar, ni podíamos imaginar como pudo, en primer lugar, crear  tales formas tan alejadas de la realidad, ahora, y más cien años atrás, y en segundo, encontrar gente adinerada a la que le gustara esta “extraña” arquitectura y pudiera financiar sus proyectos.

Se organiza en torno a dos patios interiores que proporcionan luz a los pisos. 

De su interior, se puede visitar el curioso ático, donde las repetitivas formas curvas de sus arcos nos vuelven a sorprender y una vivienda completa, donde de nuevo, sigue jugando con más y más formas curvas. 

El mobiliario de la época es también curioso: un gramófono, un baul, la cocina con la “olla expres”, el cuarto de costura y de plancha, o la casa de muñecas del cuarto de juegos.

Fascinados por Gaudí, bajamos el animado y soleado Paseo de Gracia para dirigirnos a la Casa Batlló, un poco más abajo y en la acera contraria. También habíamos adquirido la entrada a través de Internet, de la página de turismo de Barcelona, aunque también se pueden comprar en Caixa Cataluña o por Internet en esta caja aunque aquí nos fijaba el horario únicamente a las 9,00 horas. 18 euros.

El color y la fantasía de esta casa, cuya fachada revistió con cerámica y pedazos de cristal y cuyos balcones tienen forma de máscaras, cautiva a cualquier paseante que circule por el paseo de Gracia.

Aquí, Gaudí aprovechó una reforma de un edificio de finales del XVIII para hacer una de sus obras más atrevidas y fascinantes. Esta remodelación se centro en la fachada,   el patio de luces,  el piso principal y la azotea.
La escalera y el portal están ya llenos de pequeños y curiosos detalles y las formas curvas en las escaleras, puertas y claraboyas…irrumpen en los ojos del sorprendido visitante.  
Esta sorpresa se convierte en admiración en la contemplación de la fantástica chimenea donde los únicos ángulos son los que forman el alicatado de los azulejos.



Pero la explosión de fantasía surge en el amplio e ingenioso salón de la planta noble, con puertas “movibles” que permitían su ampliación o reducción a “medida” y un imaginativo y bello balcón que se asoma al paseo de Gracia, aunque más parece que esté propiamente “integrado” en este paseo, como si desde una gigantesca pantalla se pudiera contemplar toda la vida de esta arteria de la ciudad.  

Pero todo es un puro detalle de imaginación e ingenio, como el techo y la lámpara que parecen jugar con nuestros sentidos.



El patio de luces esta cerrado con una claraboya de cristal y  revestido de azulejos, más oscuros en los pisos superiores y más claros en los inferiores, jugando así con la luz, y a este mismo juego de luces se suman las ventanas, de inferior tamaño arriba. 



Este patio interior tiene una belleza que me atrae especialmente ya que consigue conjugar con absoluta armonía, distintas formas y materiales, con una sencillez tal, que sencillamente, es imposible imaginarlo más perfecto. Es como cuando se contempla algo bello de la naturaleza. Sencillamente es hermoso y variar cualquier cosa significaría que perdiera su belleza.


A través de otra hermosa habitación  con un curioso techo con extrañas formas abultadas en su centro –y del que he leído varias interpretaciones- y dos curiosas columnas, se accede a la terraza y desde aquí se tiene una bonita vista de la parte posterior de este edificio, destacando la forja de las terrazas, que parecen perfectamente integradas en el conjunto, y en la parte superior la cerámica vidriada y los denominados “fragmentos en quebradizo” o “trencadís” de vidrios de colores colocados con precisión que dibujan flores y nenúfares jugando con los reflejos de la luz del sol. La simetría  de las líneas rectas y las curvas,  juegan también un papel esencial.
Accedemos al piso para el personal de servicio donde posiblemente contemplamos las únicas líneas rectas de toda la edificación   y la  buhardillas con una secuencia de sus famosos arcos catenarios.


Y de aquí a la azotea, donde una explosión de colores, luces y reflejos nos asaltan dejándonos fascinados. Las chimeneas están rematadas por sombreretes y  revestidas de vidrios de colores  y cerámica. En un extremo, junto a un grupo de estas chimeneas aparece una cruz de cuatro brazos (algunos dicen que podría recordar la leyenda de Sant Jordi con el Dragón) así como una bóveda recubierta con cerámica vidriada en forma de escamas que asemeja el lomo de un dragón.

Si elimináramos a la gente y cerrara los ojos, para después abrirlos sin escuchar ni ver nada más, aislada de todo cuanto me rodea y centrada única y exclusivamente en este lugar, me sentiría transportada a un mundo de fantasía, irreal y mágico, donde la luz, descompuesta en infinitos colores, me rodea como si estuviera en el centro de un gigantesco caleidoscopio. Pero además Gaudí consigue evocar algo en mi: los colores, las formas a veces imposibles, la luz descompuesta y reflejada, el aparente caos que esto genera en mi cabeza, la originalidad, la creatividad, su permanente juego con todos y cada uno de los elementos que conjuga armoniosamente, me trasladan a la infancia. Los niños adoran los colores, los brillos, creen en lo imposible, son algo caóticos y desordenados, originales, creativos, juguetones…pero Gaudí lo eleva a la máxima potencia…

De alguna manera extraña he intentado explicar los sentimientos que genera en mi la obra de este genio. Y es que tengo que decir que pocos artistas consiguen generar en mí emociones que necesite elaborar para comprender. Pero además Gaudí es de esos genios que llega a todos. Alguien dijo que la belleza está en los ojos del que mira, pero en este caso creo que todo aquel que contempla alguna obra de Gaudí se siente fascinado por su belleza y pocos,  por no decir ninguno, se queda impasible ante la contemplación de alguna de sus obras.

A la salida, me resistía a abandonar el hechizo que la obra de Gaudí había causado en mí, y me senté en un banco contemplando su fachada. Luego las reflexiones me produjeron cierta hilaridad y pensé: “¡qué tío más raro!. Realmente su obra roza la irrealidad”. Angel sumó la suya propia y es que, según él, este hombre habría sido muy feliz en alguna escombrera de azulejos…

 Regresamos al mundo real y nos dirigimos por el paseo de Gracia hacia la espaciosa plaza de Cataluña, de principios del siglo XX, centro neurálgico de la ciudad, y punto de unión entre la ciudad vieja y el Ensanche. En su centro, una gran pista de hielo cubierta por una carpa debía hacer las delicias de los más pequeños –y posiblemente no tan pequeños-.

De aquí parte la famosa Rambla. Con un sol estupendo iniciamos nuestro paseo por ella en dirección al puerto. Esta calle, una de las más transitadas de España, esté llena de kioscos de prensa, flores, restaurantes, comercios de distintos tipos y originales e ingeniosos espectáculos callejeros que atrajeron nuestra atención. 

Caminando entre las  gentes que transitan por ella y los distintos puestos, nos encontramos prácticamente sin darnos cuenta en el centro de un hervidero de gentes diversas, muchas de ellas “armadas” con estupendas cámaras fotográficas. Al levantar nuestra vista vimos que estábamos frente al mercado de la Boquería. 


Atraidos por el bullicio entramos en él. Lo primero que llama nuestra atención son los colores. Es una auténtica explosión. Distintos productos perfectamente ordenados y alineados en cada puesto dan una gran sensación de limpieza. Pese a que se mezclan puestos de diferentes productos como carnicerías, fruterías o pescaderías, no se percibe ningún olor característico. Y hay una gran variedad de productos en los más de trescientos puestos que tiene. Parece que se puede encontrar cualquier cosa aquí. Nos llama la atención especialmente los puestos donde venden setas por su colorido y variedad y uno donde venden trufas, blancas y negras. Nunca las habíamos visto hasta ahora. Muchos turistas orientales ocupan sillas en las barras de los bares donde parece que estén comiendo. Nosotros dimos buena cuenta de una deliciosa brocheta de buñuelos de bacalao. Curioso y casi irreal lugar

Desde aquí quise tener un encuentro con mi pasado más lejano. Hace muchos años, posiblemente tantos como 45 o 46, visité la ciudad, aunque solo tengo recuerdos como flashes que en segundos recorren mi maltrecha memoria. Estuvimos (mi hermana y yo) con mis padres pasando unos días en casa de una tía nuestra que vivía y regentaba un bar en el barrio de El Raval de la ciudad, que por aquel entonces no parecía ser muy “recomendable”.

Nos sumergimos por las callejuelas algo oscuras de este barrio buscando la calle donde mi tía regentaba su bar. Calles por las que transitaban inmigrantes y cuyos comercios estaban también regentados mayoritariamente por ellos. Atravesamos una espaciosa plaza con un par de putas de muy buen ver que estaban a la caza y dimos con la calle. Ahora el bar era una tienda de pizzas y su dueño  un pakistaní que vivía encima de la tienda, al igual que años atrás lo hizo mi tía. Mi memoria sólo consiguió recuperar retazos, como verme sentada por las mañanas en la barra tomando un batido de chocolate, o jugando en aquella entretenida máquina de bolas que hacía ruido y que tenía tantas luces y por la cual no tenía que pagar ya que mi tío hacía algo para que salieran las bolitas plateadas. Todo para mi entonces era novedoso…Pero ahora no conseguía  extraer de mi memoria nada más. Pero si me sentí emocionada. Y no sé si fue sensiblería. Tampoco quise pensar más y me dejé invadir por la emoción, hasta que pasó.

Regresamos a la Rambla y nos introdujimos en el barrio Gótico. En poco tiempo parecía que habíamos caminado por “mundos” distintos. Del elegante paseo de Gracia de El Ensanche, habíamos pasado a la popular Rambla, de aquí al populoso mercado de la Boquería en El Raval  sumergiéndonos en sus algo sórdidas calles, para regresar al bullicio de la Rambla e internarnos en la parte más histórica ciudad, su corazón, en su entramado de callejuelas y plazas donde parece convivir el pasado y el presente de esta ciudad.

Cruzamos la plaça Nova dejando atrás el palacio de la Generalitat y el del ayuntamiento y casi vencida por el cansancio –mi “patita” no daba ya para mucho más- paramos frente a una de las puertas de la catedral, la que da entrada al claustro, y engullimos con entusiasmo unos bocadillos que me supieron a gloria bendita mientras participábamos del ir y venir de turistas. 

Después comenzamos nuestra visita por el en magnífico claustro del siglo XIV.  Esta catedral está dedicada a Santa Eulalia, patrona de Barcelona que sufrió trece martirios por parte de los romanos, uno por cada uno de sus años, para ser crucificada en una cruz en forma de aspa. Esta cruz es el emblema de la catedral. Como se cree que pastoreaba con ocas, en el claustro hay un estanque donde viven trece de estas aves, rindiendo así un homenaje a esta Santa. Aquí también se encuentra el surtidor donde el día del Corpus se hace bailar un huevo.
 
Accedimos después a su interior. Su construcción se llevo a cabo a lo largo de seis siglos y fue sufragada con donativos de cofradias y gremios y comenzó a levantarse a finales del siglo XIII sobre una basílica paleocristiana del siglo IV destruida por las tropas de Al-Mansur y dee la que se conserva únicamente el bautisterio. Su estilo es principalmente gótico aunque la fachada principal y la torre se terminaron a finales del XIX siguiendo los planos originales.  Tiene una nave central, dos laterales que cuentan con diecisiete capillas y el claustro.  El abside tiene a su vez nueve capillas.


 
Además de la hermosa sillería del coro, destinada a reunir a miembros del Toisón de oro durante la visita del emperador Carlos V de Alemania en 1517, destaca también la cripta donde descansan los restos de Santa Eulalia.

Hicimos una breve cola para subir a la torre y disfrutar de unas bonitas vistas de esta hermosa ciudad que poco a poco nos va cautivando.

Abandonamos la catedral por su puerta principal  en donde  se agrupaban varios puestos que vendían antigüedades y mucha gente paseando y disfrutando de este hermoso día.  Nos perdimos por esta de red de callecitas llenas de historia que envuelven y transportan unos cuantos siglos atrás a aquellos que se abandonan a su embrujo. 

 Desembocamos en la espaciosa plaça Reial y de aquí nos dirigimos a Santa María del Mar por un laberinto de estrechas callejuelas del barrio de la Ribera.

Una vez más habíamos atravesado la invisible frontera hacia otro popular barrio y una de sus numerosas callecitas nos dejó frente a la “Catedral de la Ribera” un ejemplo casi perfecto de arquitectura gótica, de proporciones sencillas y armoniosas.

Curiosamente esta iglesia tardó sólo 55 años en ser levantada durante el siglo XIV y por tanto es un claro ejemplo de gótico catalán, pudiendo admirarse su torre octogonal, una de las características de este estilo.  Durante el terremoto que asoló la ciudad en 1428, cayó un rosetón, pero inmediatamente fue sustituido por otro de la época.

Su interior consta tres naves, aunque al tener  casi la misma altura y unas esbeltas columnas que están construidas a un espacio entre unas de otras (13 metros) -que no fue superado por ninguna otra construcción de la época en  todo el mundo- ,   produce inicialmente una sensación visual de una sola nave.  Es amplia y luminosa dando un aspecto de ligerezaza y elegancia. 

 

Fue construida y sufragada por los habitantes de este barrio. Los vecinos trajeron las piedras a sus espaldas, una por una, desde la cantera situada en Montjuïc o desde las playas donde atracaban los barcos. A estos trabajadores se les conocía como galafates o bastaixos y en la puerta de la iglesia hay un grabado que los homenajea Era el templo de la gente trabajadora ya que la clase acomodada tenía la catedral. Posee unas estupendas condiciones acústicas  lo que la convierte también en un espacio idóneo para conciertos de todo tipo.

La trama de la novela de Ildefonso Falcones, “La Catedral del Mar”, con un millón de ejemplares vendidos, gira entorno a la construcción de esta iglesia, lo que la ha convertido en uno de los destinos más visitados de la ciudad.

Y desde aquí, y amenazándonos ya la caida de la noche, nos dirigimos a tomar el tren. Callejeamos durante unos siete minutos hasta llegar a la estación de Arco del triunfo y en poco más de media hora estábamos de regreso en el camping, ahora con mayor número de autocaravanas,  donde disfrutamos de una estupenda ducha caliente que nos quitó parte del cansancio del día preparándonos para la noche.